Perros de paja (1970) Tít. orig.: Straw dogs Dir.: Sam Peckinpah Gui.: David Zelag Goodman y Sam Peckinpah (Novela: Gordon M. Williams) Fot.: John Coquillon Int.: Dustin Hoffman, Susan George, David Warner, Peter Vaughan, T.P. McKenna, Del Henney.
Un matemático y su esposa deciden abandonar Estados Unidos porque es un lugar muy violento y van a parar a un pueblecito de Escocia que parece sacado de 1997, rescate en Nueva York o de Mad Max, o sea, una cuna de indeseables, borrachos, patéticas lolitas y ausencia total de autoridad –hay un poli por el pueblo, pero con pillarse una buena cada día ya le llega–.
La película comienza aburrida y se vuelve un poco inverosímil a medida que avanza la trama. David Sumner (Dustin Hoffman), al que putean de lo lindo, mantiene una compostura un poco absurda, pero en la intimidad de su hogar trata a su mujer como una mierda; se vuelve violento con la única persona a la que supera físicamente, y lo hace muy bien, prácticamente lo único bueno de la película junto con la interpretación de David Warner en el papel de Henry Niles.
La escena central del film es un poco ambigua y ha sido duramente criticada, acusando a Peckinpah de ser un misógino, cosa que habiendo visto varias películas suyas, comparto plenamente. La escena, en concreto, es una violación con sodomía incluída a Amy (Susan George), la mujer de David. Al principio de la violación la chica trata de resistirse, pero a medida que se consuma parece disfrutar tanto como el violador. Después es violada nuevamente y aquí ya muestra claramente su rechazo. Una de las mejores escenas del film que va a ser obviada en el remake que se está preparando y que se estrenará en 2011, lo cual hace pensar que Hollywood prepara un thriller mojigato que utilizará la fama de Perros de paja para recaudar lo que de otra forma no recaudaría.
El final es lo esperado en Peckinpah: violencia a saco, pero un poco extraña en este caso. El principal problema es que un grupo de exaltados vecinos que van armados y han demostrado ya lo malos que pueden llegar a ser –Peckinpah nos lo deja claro para que no haya duda de que Hoffman es el bueno, pero se olvida de mostrarnos las motivaciones de los malos, que también las tienen– son incapaces de entrar en una casa llena de ventanas, a la que se limitan a lanzar piedras mientras el matemático modosito, se convierte en súper-guerrero y los masacra.
Al final, David Sumner decide dejar el pueblo y a su mujer y recoge a Henry Niles, que tiene sus propios problemas. Un final bastante bueno para una película de obligado visionado que a mí, particularmente, no me acaba de convencer.
Horrorosa.
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